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pensar en ella. Estaba volvi�ndose loco.
Deseaba verla otra vez. La urgencia era m�s intensa cada d�a, en lugar de
menguar. Reeves se hab�a emperrado con mujeres antes, pero nunca de aquella
forma.
 Bueno, espero que te hayas desahogado un poco m�s la próxima vez que nos
enfrentemos con una red entre medias, abogado  dijo Alan, d�ndole una palmada
en la espalda.
 Voy a intentar enfrentarme a mi problema hoy mismo.
Iba a romper su palabra y llamarla de nuevo.
La sensación de que comprometerse con ella era como internarse por aguas
peligrosas se hab�a desvanecido. Podr�a aguantar una relación con ella. Despu�s de
algunas salidas juntos, probablemente la fascinación se habr�a desvanecido de forma
natural. Tal vez descubriera que no le gustaba en realidad. Tal vez resultara ser una
persona vana y hueca bajo aquella capa de dignidad.
Reeves no perdió el tiempo. Desde el Hilton se dirigió directamente a su casa de
St. Charles. Al entrar, dejó en el suelo la bolsa de deportes y se dirigió directamente
al tel�fono m�s cercano, que estaba en lo que se supon�a que era el comedor. Reeves
usaba aquella habitación como despacho.
Al igual que el resto del piso, no estaba adecuadamente amueblado y carec�a de
decoración. Las �nicas piezas eran una silla giratoria y una mesa de despacho.
Sent�ndose, Reeves marcó el n�mero de memoria.
Al segundo timbrazo respondió una voz femenina. Seguramente, la de su
compa�era de piso. Reeves se preparó para recibir la mala noticia de que Olivia no
estaba.
 �Puedo hablar con Olivia, si est� ah�?  preguntó . Soy Reeves Talbot.
 Lo siento, pero Olivia no est�. Le dir� que has llamado.
�Dónde estaba? �Se habr�a levantado temprano y se habr�a ido? �O habr�a
estado pasando la noche con alg�n hombre y a�n no hab�a venido? Reeves ten�a que
averiguarlo.
Escaneado por Yolanda-Mariqui�a y corregido por Escor N� Paginas 57 153
Carole Halston  El orgullo del sur
 Confiaba en haberla cogido antes de que saliera.
 Oh, hace horas que se ha marchado.
 �Ah, s�? �Un s�bado por la ma�ana?  inquirió Reeves en el tono m�s casual
que pudo.
 Los s�bados por la ma�ana Olivia hace trabajo social voluntario.
La inflexión de la voz le indicó a Reeves que la mujer estaba hablando con cierta
iron�a.
 �Trabajo social?  inquirió �l.
 Hace de chófer y de doncella para cuatro ancianas damas, posibilitando que
disfruten de una buena partida de bridge y un almuerzo de post�n.
 �Todos los s�bados? �Son acaso viejas ricas que podr�an incluirla en sus
testamentos?
 No, si lo fueran, yo me turnar�a con ella para que me metieran a m� tambi�n
 dijo la otra sarc�sticamente . En cambio, tiene que retorcerme el brazo cada vez
que quiere que la sustituya cuando no puede ir alg�n s�bado por cualquier razón. Y
a las se�oras no les hace ninguna gracia tampoco, porque mi idea de un almuerzo
elegante es un s�ndwich de pollo en un plato de cartón. Por cierto, soy Judy Hays, la
charlatana compa�era de piso de Olivia.
 Me alegro de conocerte, aunque sea por tel�fono, Judy.
 �Quieres dejar un n�mero, por si acaso Olivia quiere devolverte la llamada?
 Gracias, lo har�  le dio dos n�meros, el de su casa y el del despacho . �Y
podr�as decirle tambi�n que, en caso de que no me llame ella, lo seguir� intentando?
 En otras palabras, es muy posible que ella no te devuelva la llamada.
 Algo as�  dijo Reeves, sonriendo apreciativamente ante la falta de sutileza
de la otra.
 No creas que es f�cil pillarla aqu�. Es una mujer ocupada, con todas las
funciones sociales que ayuda a organizar gratis.
 �Cómo?
 Olivia es nuestra Se�orita Modales particular aqu� en Metairie.
 Entiendo.
 Si pudiera convencerla de que montara un negocio de asesor�a social y me
dejara ser la gestora, podr�amos dejar las dos nuestros trabajos. Pero no hay suerte 
suspiró exageradamente . Con ella, cualquiera dir�a que ganar dinero es de mal
gusto.
El trabajo voluntario era parte de la educación de Olivia. Reeves lo entend�a
perfectamente, por mucho que su compa�era de piso no.
El instinto caritativo de Olivia, por admirable que fuera, ten�a para �l tintes de
esnobismo tambi�n. Era algo muy propio de las se�oras de alta sociedad.
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Carole Halston  El orgullo del sur
 Bueno, encantada de hablar contigo, Reeves. Voy a salir de compras, pero le
dejar� una nota a Olivia.
�No te molestes. Volver� a llamar m�s tarde�. Aquellas eran las palabras que
ten�a que haber pronunciado, dej�ndose as� una salida.
En cambio, le dio las gracias y dijo:
 Por favor, hazlo.
Olivia leyó la nota de Judy, que acababa con: �Si no lo quieres t�, tal vez podr�as
regal�rmelo para mi cumplea�os. Me encanta su voz grave�.
Ella suspiró y dejó escapar una inquietante confesión:
 A m� tambi�n, Judy.
Sosteniendo la nota con los dos n�meros de tel�fono, Olivia se dirigió
lentamente al salón y se sentó en el brazo del sof�. Se quedó mirando el tel�fono.
Eran las dos menos cuarto de la tarde.
�Si le llamo a este n�mero, el tel�fono sonar� en mi antigua casa.�
Tendr�a aquello presente y le devolver�a la llamada, decidió Olivia. Muy
probablemente, estar�a sólo su contestador autom�tico y no tendr�a que hablar con �l.
Mientras pulsaba las teclas, repasó el digno mensaje que pensaba dejarle: �Soy
Olivia Prescott. Por favor, haz honor a tu palabra, Reeves, y no vuelvas a llamarme.
Gracias�.
Reeves respondió a la primera llamada, con una nota de expectación en la voz.
 Hola.
 Deb�as estar sentado encima del tel�fono  sorprendida como estaba, Olivia [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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