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-Cuadraba dentro del plan paranoide general. Al menos, creo que fue así. Pero eso era
lo que ella deseaba también. No podía tocarme cuando yo era cónsul. ¿Pero dónde está
ahora el consulado?
El rostro de Hobson mostraba una expresión muy grave. Un interno Calvo llegó en
aquel momento, ofreció sedantes y agua, y los dos se tragaron en silencio los
barbitúricos. Hobson se dirigió hacia la ventana y observó el flamear de las antorchas, en
el pueblo. Su voz sonó débilmente.
-Están subiendo -dijo-. Escuche.
El distante griterío aumentó mientras ellos permanecieron en silencio. Cada vez más
cerca y más claro. Burkhalter se adelantó, para colocarse al lado de Hobson. Ahora, el
pueblo era un enjambre de antorchas encendidas y un río de luz enfilaba hacia el camino
que conducía al hospital.
-¿Pueden entrar? -preguntó alguien con voz ansiosa.
-Tarde o temprano lo harán -contesto Heath, encogiéndose de hombros.
-¿Qué podemos hacer? -preguntó el interno con un matiz de histeria en su voz.
-Ellos confían en su superioridad numérica -dijo Hobson-. Y eso es realmente
importante. Pero no están armados. Supongo que no lo están, a excepción de los
cuchillos... Pero tampoco necesitan armas para hacer lo que creen que van a hacer.
Se produjo un silencio mortal en la habitación. Después, con un debilitado tono de voz,
Heath preguntó:
-¿Qué piensan...?
-Mire -dijo el Mudo, indicando con un gesto hacia la ventana.
Todos los presentes se acercaron al cristal. Mirando por encima de los hombros de los
demás, los presentes vieron la vanguardia de la multitud subiendo por el camino, tan
cerca que ya se podían distinguir con claridad unas antorchas de otras, así como los
primeros rostros distorsionados que gritaban. Eran rostros cegados por el odio y la
intención de matar.
Con una voz imparcial, como si el inminente desastre fuera ya una cosa del pasado,
Hobson dijo:
-Ya tenemos la respuesta... Ahora la sabemos. Pero hay otro problema que no puedo
solucionar y que quizá sea el más importante de todos.
Miró hacia la nuca de Burkhalter que estaba observando el camino y que, de pronto, se
inclinó y exclamó:
-¡Mirad! ¡Allí, en los bosques!.. ¿Qué es? Algo que se está moviendo... ¿gente?
Escuchad... ¿qué es?
Después de que pronunciara las dos o tres primeras palabras, nadie más le prestó
atencion, pues todos ellos lo pudieron ver. Todo ocurrió muy rápidamente. En un
momento, la muchedumbre estaba subiendo el camino, y al momento siguiente unas
formas como sombras habían salido de entre los árboles en un orden compacto y
disciplinado. Y por encima del terrible griterío de la gente, se elevó un grito enorme, un
chillido que heló la sangre.
Era el grito característico que en otros tiempos fue el de los rebeldes. Doscientos años
antes había sonado sobre los campos de batalla de la Guerra Civil. Después, emigró
hacia el oeste, junto con los rebeldes conquistadores, y se convirtió en el grito de los cow-
boys. Tras la Explosión, se movió y se extendió junto con los hombres del Oeste, los
hombres altos y salvajes que no podían soportar los reglamentos de vida establecidos en
las ciudades. Ahora, se había convertido en el grito de los Marginados.
Los presentes lo vieron todo desde la ventana del hospital, representado como sobre
un escenario que se encontrara bajo ellos.
Los hombres con chaquetas de piel de gamuza salieron de las sombras. La luz de las
antorchas se reflejaba en las espadas de hoja ancha que llevaban, en las cabezas de los
arcos que mantenían contra los codos doblados. Su grito salvaje y terrible se elevó y
decayó, apagando los gritos indisciplinados de la multitud.
Los hombres empezaron a acercarse y a rodear a la multitud. Los hombres de la
ciudad comenzaron a juntarse cada vez más hasta que la larga hilera, poco organizada,
se convirtió en un círculo más o menos compacto, completamente rodeado por los
hombres del bosque. Al principio, se escucharon gritos de «¡Matadlos! ¡A por ellos!», por
parte de los hombres de la ciudad, y otros gritos de desorden se escucharon incluso a
través de las ondulaciones del grito de los Marginados, pero al cabo de los dos o tres
primeros minutos se podía decir ya quién dominaba la situacion.
No es que no se produjera ninguna lucha. Los hombres que se encontraban al frente
de la multitud tenían que hacer algo. Lo hicieron... o trataron de hacerlo. Pero fue poco
más que una simple refriega en cuanto los hombres del bosque estrecharon su cerco. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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-Cuadraba dentro del plan paranoide general. Al menos, creo que fue así. Pero eso era
lo que ella deseaba también. No podía tocarme cuando yo era cónsul. ¿Pero dónde está
ahora el consulado?
El rostro de Hobson mostraba una expresión muy grave. Un interno Calvo llegó en
aquel momento, ofreció sedantes y agua, y los dos se tragaron en silencio los
barbitúricos. Hobson se dirigió hacia la ventana y observó el flamear de las antorchas, en
el pueblo. Su voz sonó débilmente.
-Están subiendo -dijo-. Escuche.
El distante griterío aumentó mientras ellos permanecieron en silencio. Cada vez más
cerca y más claro. Burkhalter se adelantó, para colocarse al lado de Hobson. Ahora, el
pueblo era un enjambre de antorchas encendidas y un río de luz enfilaba hacia el camino
que conducía al hospital.
-¿Pueden entrar? -preguntó alguien con voz ansiosa.
-Tarde o temprano lo harán -contesto Heath, encogiéndose de hombros.
-¿Qué podemos hacer? -preguntó el interno con un matiz de histeria en su voz.
-Ellos confían en su superioridad numérica -dijo Hobson-. Y eso es realmente
importante. Pero no están armados. Supongo que no lo están, a excepción de los
cuchillos... Pero tampoco necesitan armas para hacer lo que creen que van a hacer.
Se produjo un silencio mortal en la habitación. Después, con un debilitado tono de voz,
Heath preguntó:
-¿Qué piensan...?
-Mire -dijo el Mudo, indicando con un gesto hacia la ventana.
Todos los presentes se acercaron al cristal. Mirando por encima de los hombros de los
demás, los presentes vieron la vanguardia de la multitud subiendo por el camino, tan
cerca que ya se podían distinguir con claridad unas antorchas de otras, así como los
primeros rostros distorsionados que gritaban. Eran rostros cegados por el odio y la
intención de matar.
Con una voz imparcial, como si el inminente desastre fuera ya una cosa del pasado,
Hobson dijo:
-Ya tenemos la respuesta... Ahora la sabemos. Pero hay otro problema que no puedo
solucionar y que quizá sea el más importante de todos.
Miró hacia la nuca de Burkhalter que estaba observando el camino y que, de pronto, se
inclinó y exclamó:
-¡Mirad! ¡Allí, en los bosques!.. ¿Qué es? Algo que se está moviendo... ¿gente?
Escuchad... ¿qué es?
Después de que pronunciara las dos o tres primeras palabras, nadie más le prestó
atencion, pues todos ellos lo pudieron ver. Todo ocurrió muy rápidamente. En un
momento, la muchedumbre estaba subiendo el camino, y al momento siguiente unas
formas como sombras habían salido de entre los árboles en un orden compacto y
disciplinado. Y por encima del terrible griterío de la gente, se elevó un grito enorme, un
chillido que heló la sangre.
Era el grito característico que en otros tiempos fue el de los rebeldes. Doscientos años
antes había sonado sobre los campos de batalla de la Guerra Civil. Después, emigró
hacia el oeste, junto con los rebeldes conquistadores, y se convirtió en el grito de los cow-
boys. Tras la Explosión, se movió y se extendió junto con los hombres del Oeste, los
hombres altos y salvajes que no podían soportar los reglamentos de vida establecidos en
las ciudades. Ahora, se había convertido en el grito de los Marginados.
Los presentes lo vieron todo desde la ventana del hospital, representado como sobre
un escenario que se encontrara bajo ellos.
Los hombres con chaquetas de piel de gamuza salieron de las sombras. La luz de las
antorchas se reflejaba en las espadas de hoja ancha que llevaban, en las cabezas de los
arcos que mantenían contra los codos doblados. Su grito salvaje y terrible se elevó y
decayó, apagando los gritos indisciplinados de la multitud.
Los hombres empezaron a acercarse y a rodear a la multitud. Los hombres de la
ciudad comenzaron a juntarse cada vez más hasta que la larga hilera, poco organizada,
se convirtió en un círculo más o menos compacto, completamente rodeado por los
hombres del bosque. Al principio, se escucharon gritos de «¡Matadlos! ¡A por ellos!», por
parte de los hombres de la ciudad, y otros gritos de desorden se escucharon incluso a
través de las ondulaciones del grito de los Marginados, pero al cabo de los dos o tres
primeros minutos se podía decir ya quién dominaba la situacion.
No es que no se produjera ninguna lucha. Los hombres que se encontraban al frente
de la multitud tenían que hacer algo. Lo hicieron... o trataron de hacerlo. Pero fue poco
más que una simple refriega en cuanto los hombres del bosque estrecharon su cerco. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]