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pequeño trataba de calmar su propia hambre comiendo unas plantas.
 Pero los caballos las comieron  protestó él.  ¡No!  Cordelia se estremeció,
imaginando en detalle las reacciones bioquímicas e histamínicas que podían producirle .
Es una de las primeras cosas que se aprenden en Estudios Astronómicos Betaneses,
¿sabes? Nunca te pongas objetos extraños en la boca a menos que hayan sido
examinados en el laboratorio. En realidad, debes evitar el contacto con los ojos, la boca y
las mucosas.
Sugestionado, Gregor se frotó la nariz y los ojos. Cordelia suspiró y volvió a sentarse.
Entonces recordó el agua del arroyo y esperó que Gregor no notase su incongruencia. El
niño lanzaba piedras a los charcos. Una hora después, Esterhazy regresó.  Vamos.
Esta vez condujo a los caballos, señal segura de que se avecinaba una empinada
cuesta. Cordelia tropezó y se arañó las manos. Los animales avanzaban con esfuerzo. Al
llegar a la cima descendieron, volvieron a subir y aparecieron en una senda fangosa que
atravesaba el bosque.
 ¿Dónde estamos?  preguntó Cordelia.
 En el camino del Paso Amie, señora  le respondió Esterhazy.
 ¿Esto es un camino?  murmuró ella, desalentada. Piotr se encontraba un poco más
allá, con otro anciano que sujetaba las riendas de un robusto y pequeño caballo tordo.
El animal estaba considerablemente más acicalado que el hombre. La parte blanca de
su pelo estaba brillante, y la negra lustrosa. Tenía la crin y la cola bien cepilladas. No
obstante, sus cascos estaban húmedos y oscuros, y tenía el vientre manchado de barro.
Además de la antigua montura como la que lucía el caballo de Piotr, el tordo llevaba
cuatro alforjas, un par adelante y uno atrás, y un saco de dormir.
El anciano, tan barbudo como Piotr, llevaba puesta una chaqueta del Servicio Postal
Imperial, tan gastada que su color azul se había convertido en gris. Esto se completaba
con partes de otros uniformes viejos: una camisa negra de faena, un antiguo pantalón
verde de etiqueta y unas botas de montar gastadas pero bien conservadas que le
llegaban a las rodillas. También llevaba un sombrero de fieltro adornado con unas flores
secas. El hombre chasqueó los labios al ver a Cordelia. Le faltaban varios dientes; los que
tenía eran largos y amarillentos.
La mirada del anciano se posó sobre Gregor, quien se encontraba de la mano de
Cordelia.
 ¿Así que ése es? No parece gran cosa.  Escupió entre las malezas, a un margen
del camino.
 Tal vez llegue a serlo con el tiempo  observó Piotr . Si dispone del tiempo
suficiente.
 Veré lo que puedo hacer, general.
Piotr sonrió para sí mismo.
 ¿Lleva algunas raciones encima?
 Sí, claro.  El anciano emitió una risita y se volvió para hurgar en una de sus alforjas.
Extrajo un paquete de pasas envueltas en un viejo telegrama plástico, unas tortitas
hechas de cubos parduscos protegidas en hojas, y algo parecido a un manojo de tiras de
cuero, también envueltas en un telegrama plástico usado. Cordelia alcanzó a leer lo que
decía:
Actualización de reglamentos postales C6.77a, modificación 6/17. Archívese de
inmediato de forma permanente.
Piotr observó las provisiones.
 ¿Cabra deshidratada?  preguntó señalando las alforjas.
 En su mayor parte  añadió el anciano.
 Nos llevaremos la mitad. Y las pasas. Conserve el azúcar de arce para los niños. 
No obstante Piotr se metió un cubo en la boca . Lo buscaré dentro de unos tres días, tal
vez una semana. ¿Recuerda el adiestramiento de la Guerra de Yuri, eh?
 Desde luego  dijo el anciano.
 Sargento.  Piotr llamó a Bothari agitando una mano . Usted irá con el mayor. La
llevará a ella y al niño. Él los ocultará. Permanezcan allí hasta que vaya por vosotros.
 Sí, señor  respondió Bothari con tono inexpresivo. Sólo sus ojos delataron la
inquietud que sentía.
 ¿Qué tenemos aquí, general?  preguntó el anciano, mirando a Bothari . ¿Uno
nuevo?
 Un muchacho de ciudad  dijo Piotr . Pertenece a mi hijo. No habla mucho. Aunque
sabe cortar cuellos. Ya lo creo que sí.
 ¿Sí? Bien.
Piotr se movía mucho más lento. Esperó a que Esterhazy le ayudase a montar en su
caballo. Entonces se acomodó en su montura con un suspiro, y por unos momentos su
espalda se curvó.
 Maldición, me estoy haciendo viejo para estos excesos.
Con expresión pensativa, el hombre a quien Piotr había llamado «el mayor» hurgó en
un bolsillo y extrajo un pequeño saco de cuero.
 ¿Quiere mascar unas hojas, general? Son mejores que la cabra, aunque no duren
tanto.
A Piotr se le iluminó la cara.
 Ah, le estaría muy agradecido. Pero no me dé todo el saco, hombre.
Piotr extrajo la mitad del contenido y se lo guardó en el bolsillo superior. Se metió un
puñado en la boca y devolvió el saco haciendo la venia. Aquellas hojas eran un
estimulante bastante suave. Cordelia nunca había visto a Piotr mascarlas en Vorbarr
Sultana.
 Cuide a los caballos de mi señor  dijo Esterhazy a Bothari con cierta
desesperación . Recuerde que no son máquinas.
Bothari gruñó algo no muy convencido, y tanto el conde como Esterhazy condujeron a
sus animales por el sendero. Al cabo de pocos momentos desaparecieron de la vista. Un
profundo silencio cayó sobre ellos.
12
El mayor colocó a Gregor detrás de él, bien acomodado entre el saco de dormir y las
alforjas. Cordelia volvió a enfrentarse a la tarea de subirse a ese instrumento de tortura
para humanos y caballos: la montura. Nunca lo hubiese logrado sin Bothari. Esta vez el
mayor cogió sus riendas, y Rose marchó junto al caballo tirando mucho menos de la
brida. Bothari permaneció en la retaguardia, vigilante.
 Y bien  dijo el anciano después de un rato, dirigiéndole una mirada de soslayo ,
¿así que es la nueva señora Vorkosigan?
Sucia y desaliñada, Cordelia le sonrió con desesperación.
 Sí. Ah, el conde Piotr no mencionó su nombre, ¿mayor...?
 Amor Klyeuvi, señora. Pero la gente de aquí me llama Kly.
 ¿Y... qué es usted?  Aparte de ser un duende que Piotr había conjurado de la
montaña.
Él sonrió, una expresión más desagradable que atrayente, dada la condición de su
dentadura.
 Soy el Correo Imperial, señora. Cada diez días realizo un circuito por estas colinas
cercanas a Vorkosigan Surleau. Lo he hecho durante dieciocho años. Aquí hay jovencitos
con hijos que sólo me han conocido como Kly el Correo.
 Pensé que en estas zonas la correspondencia se repartía por aeronave.
 Eso querían. Pero las aeronaves no llegan a cada casa, sólo la dejan en un punto
central. La cortesía ha desaparecido.  Escupió con disgusto unas hojas . Aunque si el [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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